CONMEMORACIÓN
El 11 de abril se cumplen
115 años del nacimiento
de Conny Méndez
La caraqueñísima Conny Méndez, dicho por ella misma, era una toera
porque hacía de todo. Fue una venezolana fuera de lo común; es posible que
muchos jóvenes no hayan oído nunca el nombre de esta extraordinaria mujer.
Fue bautizada como Juana María de
la Concepción,
para dejarlo en Conchita. Era hija de Eugenio Méndez y Mendoza, escritor y
poeta de finísima calidad, y de Lastenia Guzmán de Méndez y Mendoza.
Conny estuvo adelantada a su
época, y allá por el año 1927, cuando las mujeres fumaban a escondidas, ella lo
hacía en público y decía que ya se lo agradecerían las caraqueñas algún día, según
cuentan sus allegados.
Desde muy joven se dedicó a casi
todo y más o menos por orden cronológico fue de la siguiente manera:
Autora y Compositora. Su primera composición
fue La niña luna, que realizó y a manera de ensayo.
Posteriormente compuso La Negrita Marisol,
Yo soy venezolana, Venezuela habla cantando y Chucho y Ceferina, por citar sólo
cuatro, y esta última es considerada por muchos como ejemplo de música
folklórica. Luego vinieron muchísimas otras, algunas de ellas de enorme
difusión conocidas por toda Venezuela y como cantautora deleitó a millares de
personas interpretando sus propias piezas durante muchísimos años, tanto en el
país como en el extranjero.
Como caricaturista y cronista trabajó en la revista Nosotras en su columna Aquí entre nos. Conny también fue
pintora; comenzó en este campo haciendo paisajes y retratos. Durante 10 años
gozó “un puyero” con sus paletas, pinceles y demás yerbas (como se expresaba), y
llegó a terminar un sinnúmero de obras cuyo paradero ella desconoció, dado que
muchas se las llevaban “prestadas, y la gente, lamentablemente, tiene tan mala
memoria”, decía.
Como escritora se proyectó
principalmente a través de su libro Memorias
de una loca, publicado en 1955, que hoy se conoce como La Chispa de Conny Méndez, y que resultó todo un
best seller. Es una recopilación de lo más divertido que le había ocurrido hasta
entonces.
Como si todo esto fuera poco hay
que resaltar la dedicación casi total que Conny Méndez le brindó a su gran
pasión: la Metafísica.
Una vez que se encontraba a bordo de un tanquero que la traía
desde Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, conoció a la viuda de
Henry Pittier. Esta dama inició a Conny en el mundo de la Metafísica. El
viaje resultó toda una odisea y, por supuesto, en muchos momentos hizo falta
mucha fe en Dios para sobrellevar el peso del tremendo peligro que les acechaba.
En esos momentos Conny y la señora Pittier hablaron mucho de Filosofía y de
Metafísica. Al llegar a Venezuela –“milagrosamente” como dijo Conny–, se lanzó
de lleno a la búsqueda de cualquier material literario que existiera sobre
Metafísica. Leyó todo lo que cayó en sus manos y un día, profundamente
conocedora de esta filosofía, fundó la Hermandad de Saint Germain que se extendió,
primero, por toda Venezuela, y luego por toda Latinoamérica. Y en este campo
siguió tan activa que viajó y dictó conferencias, y se comunicó con los miles
de amigos que tenía en todas partes.
Su producción más notable la
constituyen cuatro pequeños tomos de Metafísica: Metafísica al alcance de todos, Te regalo lo que se te antoje, El maravilloso
número 7 y ¿Quién es y quién fue el
Conde Saint Germain?, recopiladas en un solo volumen titulado Métafísica 4 en 1.
Por todas estas razones no se exagera un ápice al tildar a Conny como una
venezolana totalmente fuera de lo común.
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