CORRECTOR DE TEXTOS

Soy licenciada en Comunicación Social con comprobada experiencia en edición de textos de libros, revistas, tesis de grado, materiales de apoyo para talleres y/o seminarios, etc., desde el punto de vista gramatical, sintáctico, ortotipográfico y de estilo en el idioma castellano. También ofrezco diseño y diagramación de libros, y próximamente de revistas. Rayza E. González R. (0212) 751.98.60 – (0412) 960 6975. Email: correctordetextos2009@gmail.com - Venezuela

ASESORÍA DE TESIS DE GRADO

Mis queridos seguidores, a partir de la presente fecha comenzaremos a ofrecer servicios en asesoría de tesis de grado: pre y posgrado. Incluimos orientación que va desde la escogencia de temas, diseño del proceso investigativo hasta redacción y presentación final del TDG escrito.

Asesoramos metodología de acuerdo a Normas APA.

Orientamos en la adecuada sustentación del TDG.

Diseño y elaboración de presentación del TDG en Power Point.

Orientamos en la defensa oral con técnicas de oratoria.

Garantizamos calidad para que obtengas la aprobación del TDG.

Llámanos y gustosamente te atenderemos y despejaremos todas tus inquietudes.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Puede la carrera de un escritor subsistir sin el corrector?

Estimados lectores,

Los invito a darle click a este enlace, y leer y disfrutar de este artículo compartido por Martin Briones, escritor mexicano: http://martinbriones.com/index.php/2016/09/12/subsistir-sin-el-corrector/

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Realmente era agradable ascender por la angosta vía que conducía a la casa de la finca «Las garzas», nombre perfectamente adecuado a este fundo porque en las diversas lagunas que lo integraban eran múltiples las aves larguiruchas y esbeltas que se observaban. Sus diversos colores, sobre todo el de las corocoras, podían entusiasmar hasta al más apático visitante que en cualquier instante podía exclamar: ¡qué belleza! En este hermoso ambiente vivía la familia, dueña y precursora. La señora ama de casa, hermosa mujer de porte elegante y distinguido, había criado ahí a sus tres hijos, todos varones, trabajadores y excelentes estudiantes; el esposo, hombre corpulento y laborioso por demás, siempre estaba listo para afrontar las tareas pecuarias. Un salto y se dirigía en el lomo de su caballo a las faenas de ordeño y pastoreo. No era mucho el tiempo que compartía con la familia; cuidar el ganado y el ver crecer los pastos eran su debilidad. Los hijos fueron creciendo y diferentes destinos tomaron. La tecnología citadina se los llevó, la finca quedó atrás y la soledad abordó a aquella pareja de esposos que tantos años habían pasado juntos. El padre, afectado por la implacabilidad de los años, ya no presentaba su eterno vigor, y a la esposa, la ausencia de los hijos comenzó a generarle imponderable tristeza. Liliana comenzó a pasar mucho tiempo en su dormitorio. De recostarse en su sillón favorito pasó a mantenerse encobijada en su lecho. La inapetencia se manifestó sin reparos. Los insomnios inexplicables la agobiaban. Su piel fue palideciendo y la animosidad desapareció. Aquella mujer, otrora de porte elegante y distinguido, mostraba un cuadro enfermizo que comenzó a preocupar a Julián. Fue el médico de la familia quien en una de sus visitas manifestó a Julián: «El bienestar de tu esposa está en tu propio existir; tu faena diaria te absorbió tanto que sembró la semilla del desamor y la tortura espiritual». Aquel mensaje renovó el fervor afectivo de Julián. Ese mismo día, triste y meditabundo sentado al borde de la cama, tomó la mano de su esposa y le dijo: ―Mi querido amor, nunca te lo he dicho: tú has llenado mi vida. No puedes irte. Sin ti la vida es nada. Todas las horas de estos días han sido un tormento. No podría vivir sin tenerte. ―Tus palabras me conmueven ―respondió tristemente la esposa―. Por mucho tiempo he sentido tu ausencia; alguna vez pensé que no me amabas, pasto y vacas han sido tus mejores compañeras. ―Sí Lili, el trabajo me absorbió. Rectificaré. Seré otro, lo prometo. Recordaremos nuestra época de recién casados. A la hora de dormir se abrazaron y así permanecieron toda la noche. El calor corporal consolidó el acercamiento ausente. Sus corazones palpitaron al mismo ritmo, tomaron el sabor del regreso y lucieron la vestimenta de la alegría. Lili, con un respirar tierno y suave, le preguntó a Julián al amanecer: ―Y ¿las vacas? ―¡Que esperen…! ―contestó con furor―. El amor había regresado para quedarse. ¡Se había redescubierto!

Lo que es, es

A pesar de que era poco expresivo, la alegría no la podía ocultar. Trigal había regresado; hacía siete días que estaba desaparecido. Fueron muchas las horas que Avelino estuvo esperándolo. Trigal apareció cuando menos lo esperaban.

A carachooo…, mira al viejo, se dijo para sus adentros; “viene acompañado de una potra blanca. En verdad, el tiempo no tiene edades ni horario cuando las ganas se juntan”.

Avelino vivía más lejos, lejísimo. Su casa era humilde: paredes de adobes crudos secados al sol, y techo construido con entramadas hojas de palma. Lo acompañaban su hijo Claro y otro compañero inseparable: Trigal, su caballo.

El día que desapareció el corcel, sus vecinos acudieron a manifestarle su congoja. Avelino agradeció la visita y balbuceó tímidamente: “¿Cómo saben ustedes que la pérdida de mi caballo ha entristecido mi vida?”.

Los visitantes extrañaron la pregunta y entre ellos comentaron: “Avelino no quiere aceptar su tristeza, dejémoslo tranquilo”, y se marcharon en silencio.

Cuando apareció el rocín los vecinos regresaron muy sonrientes a saludar y a felicitar a Avelino.

―Felicitaciones, vecino; Trigal tiene compañera. Tu alegría debe rebosar.

―Gracias mil por la visita y por la amistad que manifiestan. ¡Qué lindo es practicarla! Pero ¿cómo saben ustedes que lo sucedido me alegra y causa satisfacción?

Desconcertados por la nueva pregunta, los vecinos cruzaron miradas y se marcharon pasivamente.

Entusiasmado con la blanca yegua, un día Claro decidió domesticarla. El animal lo tumbó y el joven se fracturó una pierna.

Los vecinos visitaron a Avelino una vez más para manifestar su congoja por el accidente y éste los recibió atentamente, agradeció la visita y mostrando siempre su afable sonrisa, preguntó:

―¿Cómo saben ustedes que el accidente sucedido es realmente una desgracia?

Todos los visitantes se estremecieron ante la nueva pregunta. “¡Es su hijo!”. “¿Cómo no va ser una desgracia? La caída fue aparatosa, el muchacho puede quedar renco para siempre, comentaban entre sí.

Después del accidente la yegua se amansó totalmente. Parecía que era la forma de reconocer y pagar su desagradable desbarajuste. Ahora se dejaba cabalgar por Avelino.

Transcurrió cierto tiempo cuando de pronto la alarma sobresaltó al pueblo. Cundió la noticia que un terrible mal estaba por presentarse y que la gente joven eran las más propensas a contraerlo; todos acudieron como medida preventiva a vacunarse contra la posible enfermedad, excepto Claro que permanecía inmovilizado.

La prevención no acertó; muchos jóvenes sufrieron de fiebre, mareos y vómitos con la suerte que todos pudieron mejorarse.

Claro se mantuvo bien; hasta las dolencias del golpe estaban pasando y, para completar el cuadro de la fortuna, Bienvenida, como llamaban a la yegua, parió un hermoso potrillo.

Ya nadie más cuestionó las sabias preguntas de Avelino; su respeto sembró raíces; ahora reflexionaba: “lo que es, es; muchas veces cuesta saber si lo que ocurrió, o va a ocurrir, fue o será lo mejor.

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