Para que la Malla
evolucione
debe
evolucionar su necesidad
por Edumily González
En un reino muy lejano
que se encontraba en un pedacito de la Tierra, Dios había bendecido a su gente
por lo bella que era. Ese pedacito de tierra estaba integrado por personas humildes,
llenas de esperanza y valores, además de mucha espiritualidad en sus corazones en
los que reinaba el amor por Dios.
La economía parecía
fluir incesantemente; había grupos de toda índole: unos defendían a los ricos ricos, que eran millonarios tanto
material como espiritualmente y compartían sus riquezas, generaban empleo;
otros, los ricos pobres que al morir
sólo dejaban sus posesiones porque era lo que tenían; otros, los pobres ricos con sus necesidades
primarias cubiertas, tenían vivienda, carros modestos, habían estudiado, tenían
un oficio, deseos de ser mejores cada día y tenían fe en Dios. Al final, los pobres pobres: gente deprimida que no
tenía nada material y la fe perdida. Podían robar, matar, odiar, alimentarse
del sufrimiento del prójimo, del miedo, de la envidia, no luchaban por nada y
no agradecían el regalo de la vida. Ese equipo pensaba que la vida era una bazofia
y que Dios se había olvidado de sus integrantes, pero jamás le pedían nada
porque su fe era muy pobre.
Dios, al ver tal
escenario, se preguntó: «Porcentualmente,
¿cómo está dividido ese reino?: 1% de ricos
ricos, 9% de ricos pobres, 30% de pobres ricos y 60% de pobres pobres. Entonces reflexionó: Tantas riquezas y las disfruta menos de la
mitad de población. Mandaré a alguien para que los despierte a todos y luego les
mandaré apoyo porque no es un trabajo sencillo».
Así, mandó a un líder,
una especie de príncipe de los pobres
pobres. La idea no parecía mala, aunque Dios jamás se olvidó de los demás.
Él sabía que los otros eran seres evolucionados y serían capaces de contribuir
al mejoramiento del sistema, pero este líder se dejó llevar por el ego y se dio
cuenta de que cubriendo las necesidades básicas de esa población pobre pobre permanecería mucho tiempo allí.
Regaló cosas materiales, casa, comida y esperanza y sueños, y así fue cómo “despertó”
el 60% de los pobres pobres, pero no
les enseñó a amarse, a querer ser mejores. Se le olvidó el camino y el trabajo
que venía a hacer…, pero sí hizo algo importante: que esa gente se percatara de
que tiene derecho a comer, a tener vivienda, pero no les enseñó a conseguirla,
a construirla, sino que decidió quitarle a los otros para darle a ellos. Posteriormente
creó odio, resentimientos, tristeza y desolación, y los pobres pobres despertaron, pero perdidos, llenos de inconformidades,
y de mucho miedo de perder la ilusión de existir.
Posteriormente Dios
volvió a medir el porcentaje en el reino: ricos
ricos, 2%; ricos pobres, 18%; pobres ricos, 30% y pobres pobres, 50%, y se sintió conforme con su trabajo. Lo que más
le agradó de la evolución del reino es que ese 50% tomó conciencia y se percató
de que tiene derecho a comer, a tener una vivienda, y algunos hasta estudiaron;
no obstante, se percató de que el miedo reinaba aún en 60% de la población.
Miedo a dejar de existir, a perder bienes materiales. Los ricos pobres temían perder
la abundancia lograda y los pobres ricos,
a perder el empleo, la estabilidad…
Ya, transcurrido el
tiempo, Dios decidió dar respuesta a la otra parte de ese reino que Él no había
olvidado, confió en que sería fuerte, y sabrían apoyarlo para que su prójimo
estuviese bien como ellos…, y preparó a otro
ser capaz de sembrar amor en cada corazón para ayudarlos a despejar el
miedo de perder lo que por derecho propio les corresponde.
Así Dios hizo que comenzara
la segunda etapa del proceso de cambio de conciencia y el pueblo decidió elegir
el mejor. La mitad del pueblo estaba en oración para que se hiciera la voluntad
de Dios y ésta es la que quiere su pueblo. Poco menos de la mitad pidió amor, paz,
felicidad, viajes, carros lujosos; más de la mitad, una casa, un empleo, y Dios
dijo: «Pide y se te dará». Por ello,
un poco triste, les concedió su petición y ganó el mismo dirigente de años y
quedó demarcada la división del reino. Esa parte que perdió se sintió defraudada,
abandonada por Dios, pero Dios jamás dejará solo a sus hijos.
No pasaron 72 días para
que despertara el amor en cada corazón, era un cambio de sistema, una elevación
de conciencia y gran parte del miedo desapareció. La mayoría se dio cuenta de que
no tenía que rogar por comida, por vivienda, por empleo; eso era una necesidad
primaria que debía estar cubierta, y nació la necesidad de amarse y de amor a
su prójimo como a sí mismos. Los pobres
pobres ya no lo eran porque eran pobres
ricos; en sus corazones estaba la presencia de Dios.
Así, cada líder cumplió
con su misión y era despertar a un reino para que evolucionara. Ambos se dieron
cuenta de que la evolución de una nación se puede medir de acuerdo con la
necesidad de sus miembros y de lo que ellos se permitan pedir porque Dios
siempre nos dará lo que le pedimos, y así los ángeles del Cielo y de la Tierra dijeron amén…
“Dios, cuida tu bella creación
y haz a tus hijos prósperos en tu amor”